Un día durante el tiempo de Adviento, estaba yo con dos de mis hermanos de Etiopía. El día de Navidad fuimos a visitar una aldea de leprosos. Una mujer llamada Adjesbush nos contó su vida. Cuando se le declaró la lepra, su marido la abandonó. Sus cuatro hijos fueron a la guerra; uno de ellos murió y de los otros no volvió a tener noticias. Su hija pequeña dormía a su lado. ¡Deseaba tanto que su pequeña recibiera el don de la fe! Adjesbush no podía ir a pedir limosna porque tenía las dos piernas amputadas.
De pronto, inesperadamente nos dijo: "Suelo llorar en mi corazón, pero a veces también lloro externamente. Yo sé que Cristo está aquí presente, a mi lado." Y se puso a rezar alabando a Dios según la costumbre de los coptos ortodoxos.
Nos preguntábamos: ¿De dónde saca esta mujer la confianza? Más tarde pudimos constatar que era una mujer de oración. Había desarrollado en ella una profunda vida interior y una profunda comunión con Cristo. Adjesbush comprendía que su sufrimiento no venía de Dios. Sabía que Dios no era el autor de sus desgracias y sus penas.
Como si siguiera en oración, comentaba nuestra visita y sus palabras nos resultaron un canto. Decía a Dios: "Es Navidad y han venido a verme. Es el día de Navidad y no se han quedado en su casa, han venido a la mía".
Con mucha sorpresa, comprendimos que los pobres irradian una luz de evangelio única.
(Hermano Roger de Taizé, Dios sólo puede amar", PPC, 2002)
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