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En la recoleta calle
se encontraron madre e hijo
se miraron hijo y madre
y ninguno nada dijo.
Qué puñal de doble filo
en el pecho le clavaban
al ver su cabeza santa
con espinas coronada.
Callada siguió la madre
cuando oyó los martillazos.
Callada cuando pusieron
a Jesús muerto en sus brazos.
Callada, siempre callada,
cuando a las tres de la tarde
volvióse noche cerrada,
cuando los guardias huían
y los valientes temblaban.
Cuando una espina punzante
el pecho le traspasara
Ella, serena seguía,
muerta de dolor, ¡callada!.
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