Cuando el Salvador se puso a predicar el Evangelio se hizo el servidor de todos, declarando Él mismo que no había venido a ser servido sino a servir. Y al final de su vida no se contentó, dice san Bernardo, “con haber tomado la condición de siervo para ponerse al servicio de los hombres; ha querido escoger el aspecto de siervo indigno para ser maltratado y sufrir la pena que teníamos merecida por nuestros pecados”. He aquí que el Señor, siervo obediente a todos, se somete a la sentencia de Pilato, por injusta que fuera, y se entrega a los verdugos. Así es, Dios nos ha amado tanto que, por amor a nosotros, ha querido obedecer como un esclavo hasta la muerte y morir de una muerte dolorosa e infame: el suplicio de la cruz. “Para que el siervo llegue a ser amo-dice san Agustín-, Dios ha querido hacerse siervo”.
(San Alfonso María de Ligorio)
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