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Es necesario que en la conciencia de cada ser humano se fortifique la certeza de que existe Alguien que tiene en sus manos el futuro del mundo que pasa, Alguien que guarda las llaves de la muerte y de los abismos, Alguien que es el Alfa y el Omega de la historia del hombre, ya sea individual o colectiva; y sobre todo la certeza de que este Alguien es Amor, el Amor hecho hombre, el Amor crucificado y resucitado, el Amor siempre presente en medio de los hombres. Él es el Amor eucarístico. Es fuente inagotable de comunión. Es el único a quien podemos creer sin la más mínima reserva cuando nos pide: “¡No tengáis miedo!”.
(Juan Pablo II)
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