El ayuno, establecido por la iglesia para el miércoles de ceniza y el Viernes Santo pide que el cristiano haga una sola comida al mediodía y un poco de alimento por la mañana y por la tarde. A esta práctica se une la abstinencia que consiste en no comer carne los viernes. Esta privación voluntaria y moderación en el comer nos ha de ayudar a vivir de modo más espiritual nuestra vida. En un mundo opulento como el nuestro y lleno de tantas cosas superfluas, con el ayuno recordamos que el hombre ha de alimentarse ante todo de Dios.
También podemos ayunar de los caprichos innecesarios, de las horas inútiles ante la televisión, de las conversaciones frívolas y de tantas otras cosas, para dedicar nuestro tiempo a Dios y a los hermanos.
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