El objetivo era llegar a lo alto de una gran torre. Había en el lugar una enorme multitud de gente dispuesta a vibrar y gritar por ellos. Comenzó la competición.
Pero como la multitud no creía que pudieran alcanzar la cima de aquella torre, lo que más se escuchaba era:
-¡Qué pena!. Esos sapos no lo van a conseguir, no lo van a conseguir...
Los sapitos comenzaron a desistir. Pero había uno que persistía y continuaba subiendo en busca de la cima. La multitud seguí gritando:
-¡Qué pena, no lo van a conseguir!.
Y los sapitos estaban ya dándose por vencidos... salvo aquel sapito, que seguía y seguía tranquilo, y ahora cada vez con más fuerza. Ya llegando el final de la competición, todos desistieron, menos ese sapito, que curiosamente, en contra de todos, seguía y pudo llegar a la cima con todo su esfuerzo.
Los otros querían saber qué le había pasado. Un sapito fue a preguntarle cómo había conseguido concluir la prueba, y descubrieron que... ¡era sordo!.
Regálame la salud de un cuento (J.C. Bermejo)
Pero como la multitud no creía que pudieran alcanzar la cima de aquella torre, lo que más se escuchaba era:
-¡Qué pena!. Esos sapos no lo van a conseguir, no lo van a conseguir...
Los sapitos comenzaron a desistir. Pero había uno que persistía y continuaba subiendo en busca de la cima. La multitud seguí gritando:
-¡Qué pena, no lo van a conseguir!.
Y los sapitos estaban ya dándose por vencidos... salvo aquel sapito, que seguía y seguía tranquilo, y ahora cada vez con más fuerza. Ya llegando el final de la competición, todos desistieron, menos ese sapito, que curiosamente, en contra de todos, seguía y pudo llegar a la cima con todo su esfuerzo.
Los otros querían saber qué le había pasado. Un sapito fue a preguntarle cómo había conseguido concluir la prueba, y descubrieron que... ¡era sordo!.
Regálame la salud de un cuento (J.C. Bermejo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario