
Habría que cambiar el reparto de corazones siguiendo el consejo de fray Luis de Granada. Bastaría con eso para cambiar el mundo. Queriendo a Dios como hijos cambiaríamos el miedo por el afán de hacerle feliz. Y bastaría con sentirnos madres de los demás para entregarnos apasionadamente a ayudarles. Y si fuéramos para nosotros mismos un juez exigente, sería difícil dormirnos en nuestra comodidad.
Ya lo saben, amigos: hay que poner en su sitio nuestros tres corazones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario